sábado, 29 de septiembre de 2012

¿Por qué no me esperaste, María?


Foto: María Griselda García Cuerva


¿Por qué no me esperaste, María?

 ¡Qué gran alegría regresar al barrio después de tantos años! La casa de mis vecinos estaba idéntica, miraba su fachada y me abrazaban los recuerdos. Permanecí inmóvil varios minutos, una mezcla de sensaciones me acariciaba el alma. En aquel lugar había pasado gran parte de mi niñez y había disfrutado la vida en compañía de María y Juan, ellos eran una maravillosa pareja quienes me consideraban como si fuese parte de su familia, ya que no tenían hijos ni nietos, y por eso, siempre me invitaban a compartir algunas horas con ellos. María era una bella mujer, tenía la piel muy blanca y grandes ojos celestes, era delicada y por momentos, demasiado frágil, su voz suave era un bálsamo para mis caprichos, su sonrisa iluminaba mi corazón. Juan era muy alto y elegante, caminaba erguido y sus pasos eran largos, su simpatía hacía olvidar mi enojo. Todas las mañanas leía el diario y hacía crucigramas, era un señor culto y le gustaba transmitir sus conocimientos, a menudo me contaba anécdotas las cuales me divertían mucho. Mientras él se dedicaba a la lectura, María preparaba café para los dos, y cuando yo estaba presente, me servía un rico chocolate con leche. La casa era grande y alegre, tenía un patio enorme colmado de macetas con flores multicolores, en el fondo había árboles y el perfume a jazmín inundaba el lugar. En un rincón había una quinta, allí Juan plantaba lechuga, rabanitos, zapallos, tomates y maíz, los mejores choclos eran para mí, nunca más probé algunos como esos. En verano, nos sentábamos al aire libre y éramos muy felices, tenían una silla mecedora la cual era mi preferida, cuando la ocupaba, me costaba abandonarla, hamacándome recorría caminos de ensueño, me creía una verdadera princesa. Era la consentida de aquel matrimonio, allí lograba la mayoría de las cosas que se me ocurrían, no solo recibía regalos materiales sino también espirituales, algo muy importante en mi vida, el cariño que me brindaban nutría cada uno de mis días. Cada vez que alguien me preguntaba por mis abuelos, yo decía que tenía 6, no podía dejar de sumarlos, como bien decían ellos, eran parte de mi familia. Cuando me fui del país y pasé a despedirme, lloré mucho, los abracé fuerte y solo les dije unas pocas palabras, quería que supieran que el amor que había recibido en esa casa estaría por siempre en mi corazón, eran seres adorables y habían dejado huellas imborrables en mí, jamás podría dejar de agradecerles todo lo que habían contribuido a mi formación. Ahora estaba de nuevo allí, sabía que Juan había fallecido hacía 2 años pero venía a visitar a María, quien, según me habían informado, tenía dificultad para caminar, y por eso, había contratado una persona que la acompañara, estaba muy ansiosa por verla, me temblaban las piernas y transpiraban mis manos. Antes de golpear, numerosas imágenes recorrieron mi mente, cerré los ojos y viajé en la máquina del tiempo, me transformé en una niña y mi rostro irradiaba felicidad, me senté en la silla mecedora y volví a transitar aquellos caminos de ensueño. Cuando regresé a la realidad me decidí a golpear, esperé unos minutos y como nadie me atendía, lo hice de nuevo, lamentablemente, no obtuve ninguna respuesta, me acerqué y vi el candado sin cerrar, una señora que pasaba por la vereda me dijo que María había muerto la semana anterior. Cuando escuché la noticia me transformé, jamás pensé que sucedería esto, las lágrimas bañaban mi rostro, no tenía consuelo. -¿Por qué no me esperaste, María?- pregunté entre sollozos. Por un largo tiempo seguí parada enfrente de esa puerta sin querer aceptarlo, el único ser que me miraba acongojado era su gato, seguramente continuaría esperándola en soledad, él tampoco parecía haberse resignado.

                                                                                                            María Griselda García Cuerva

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